La violencia y sus efectos en la salud mental

Una personas gritando a otra

Cuando hablamos de violencia, la mayor parte de la gente piensa en golpes, peleas o agresiones físicas. Pero la realidad es que la violencia es mucho más que eso. La violencia también se esconde en los insultos, en el control, en las amenazas, en las humillaciones y hasta en el silencio forzado. Y aunque las heridas en la piel sanen, las que quedan en la mente y en el corazón suelen tardar mucho más en cicatrizar.

Durante mucho tiempo, lo que pasaba “dentro de casa” se veía como un asunto privado, del que nadie debía opinar. Hoy, gracias a la investigación y a la lucha de muchas personas y colectivos, sabemos que no es así: la violencia afecta a la sociedad entera, se convierte en un problema de salud pública y pone en riesgo el bienestar emocional de miles de personas en todo el mundo.

No toda la violencia es igual, y tampoco siempre se nota a primera vista. Existen diferentes formas:

  • Violencia física: golpes, empujones, patadas, cualquier acción que deje moretones o heridas.
  • Violencia psicológica: insultos, humillaciones, manipulación emocional, hacer sentir a la persona que no vale nada.
  • Violencia sexual: agresiones, abusos, obligar a tener relaciones en contra de la voluntad.
  • Violencia económica: controlar el dinero, impedir trabajar o usar los recursos como forma de castigo.
  • Violencia política, criminal o de guerra: cuando los conflictos sociales se convierten en un caldo de cultivo para el sufrimiento y el trauma.

Lo duro de esto es que muchas veces la violencia no se ve. Una persona puede estar sufriendo profundamente sin mostrar ni una sola marca en el cuerpo. Las heridas emocionales son invisibles, pero igual de reales.

El impacto psicológico de la violencia es muy fuerte. Imagínate vivir con miedo constante, sin poder confiar en nadie, sintiendo que no tienes control sobre tu propia vida. Con el tiempo, esa tensión pasa factura.

Entre los efectos más comunes encontramos:

  • Depresión: esa tristeza profunda que no se quita, la sensación de que nada tiene sentido y que no hay salida.
  • Ansiedad y estrés postraumático: revivir una y otra vez lo ocurrido, tener pesadillas, sobresaltarse con cualquier ruido, vivir en alerta permanente.
  • Baja autoestima: pensar que no vales nada, que no mereces algo mejor o que la culpa es tuya.
  • Conductas autodestructivas: desde pensamientos suicidas hasta ponerse en riesgo porque se siente que la vida no importa.
  • Abuso de sustancias: recurrir al alcohol o a otras drogas para “olvidar” o para calmar el dolor emocional.
  • Problemas en las relaciones: dificultad para confiar, miedo a formar pareja o a relacionarse con otras personas.

Aunque la violencia puede afectar a cualquier persona, las estadísticas muestran que las mujeres son las más golpeadas por esta realidad. Según la Organización Mundial de la Salud, una de cada tres mujeres en el mundo ha sido víctima de violencia física o sexual en algún momento de su vida. Y en la mayoría de los casos, el agresor no es un desconocido: suele ser la pareja o expareja.

Este tipo de violencia atraviesa países, culturas y niveles sociales. No es algo que ocurra solo en ciertos contextos; está en todas partes. Y no es casual: tiene raíces en siglos de desigualdad, en la creencia equivocada de que el hombre tiene derecho a controlar o dominar a la mujer.

Los efectos psicológicos en las mujeres víctimas de violencia son especialmente duros. Las investigaciones lo confirman con cifras alarmantes:

  • Más del 60% desarrolla estrés postraumático.
  • Casi la mitad sufre depresión.
  • Cerca del 20% ha tenido pensamientos o intentos de suicidio.
  • Muchas recurren al alcohol o drogas como forma de sobrellevar el dolor.

Además, se suman otros problemas como baja autoestima, sentimientos de culpa, aislamiento, insomnio, dificultades en la vida sexual y miedo constante. En el caso de la violencia sexual, las secuelas suelen ser aún más graves: trastornos alimenticios, autoinculpación, depresión crónica e incluso mayor riesgo de volver a ser víctima de abusos.

Pero el impacto no queda solo en ellas. Cuando una madre sufre violencia, los hijos viven en un ambiente cargado de miedo, tensión y falta de seguridad emocional. Esto los afecta en la escuela, en sus relaciones y en su desarrollo personal.

Uno de los efectos más graves de la violencia es que no se queda solo en la persona que la sufre. También deja huellas en los hijos e hijas que crecen en ese ambiente.

Los niños expuestos a violencia pueden tener:

  • Problemas emocionales como ansiedad, tristeza o miedo.
  • Dificultades en la escuela: bajo rendimiento, problemas de concentración, ausencias frecuentes.
  • Conductas agresivas o, al contrario, retraimiento extremo.
  • Baja autoestima e inseguridad para enfrentar la vida.
  • Mayor riesgo de adicciones en la adolescencia.

Y lo más preocupante: si no se rompe el ciclo, muchos de esos niños y niñas repiten en la adultez lo que vivieron, ya sea como víctimas o como agresores. Por eso se habla de transmisión intergeneracional del trauma.

La violencia no es un problema privado, es un tema que nos afecta como sociedad. Por eso, romper el ciclo no depende solo de la víctima, sino también de las comunidades y los gobiernos.

Algunas acciones clave son:

  • Apoyo psicológico especializado para quienes han sufrido violencia. El acompañamiento terapéutico es fundamental para sanar las heridas emocionales.
  • Redes de apoyo: familiares, amigos, comunidades que brinden un espacio seguro donde la víctima no se sienta sola.
  • Educación en igualdad: trabajar desde la infancia para desmontar el machismo y los estereotipos de género que sostienen la violencia.
  • Protección legal y social: leyes claras, refugios, programas de atención inmediata para que las mujeres puedan salir de situaciones de riesgo.
  • Prevención comunitaria: campañas de sensibilización que muestren que la violencia no es “normal” ni “aceptable” en ninguna de sus formas.

La violencia no solo deja cicatrices en el cuerpo, también en la mente. Y esas cicatrices pueden ser igual o más dolorosas que un golpe. La depresión, el miedo, el insomnio, la pérdida de confianza y las dificultades para relacionarse son algunas de las huellas que acompañan a quienes la sufren.

En el caso de las mujeres, la violencia no es solo un ataque a su salud mental, sino también a su dignidad, a sus derechos y a su posibilidad de construir una vida plena. Por eso es urgente cambiar las normas sociales que la permiten, crear más espacios de apoyo y garantizar que ninguna víctima esté sola.

Romper el ciclo de la violencia requiere un esfuerzo conjunto: desde las políticas públicas hasta los gestos cotidianos de empatía y solidaridad. Solo así podremos avanzar hacia una sociedad más justa, igualitaria y libre de violencia.

Psicóloga en Elche Nani Porto

Psicóloga Adultos, Parejas y Familias

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